Popocatépetl
bajó de la pirámide con el cuerpo de su amada en brazos. La gente en las calles
lo vio pasar con el cadáver, todos pudieron observarlo, viendo también como salía de la ciudad y se dirigía a los
cerros.
En la cima de un alejado cerro Popocatépec depositó el cuerpo muerto de
su amada, lo acomodo suavemente entre los pastos, lo rodeo de flores de dulces
aromas, se arrodillo a sus pies y comenzó a llorar. Su llanto era triste y melancólico,
inundando los alrededores de sufrimiento y dolor. Tan grande y profundo fue su
llanto que hasta Huitzilopochtli y
Coyolxauhqui lo escucharon y al saber del amor y el sufrimiento tan grande de
estos dos amantes, decidieron hacer algo para que nunca más estuvieran separados;
así fue que un manto suave de nieve cayó sobre sus cuerpos y convirtió a los
dos amantes en enormes montañas.
Es así que aún hoy en día podemos observar en el
horizonte de México a estos nobles amantes; uno es el volcán Popocatépetl,
quien permanece de rodillas a los pies de su amada, la montaña Iztaccíhuatl, la
cual se encuentra dormida, en un eterno sueño, al cuidado de su amado. Así
permanecen los dos amantes, cuidándose tiernamente por toda la eternidad.
M.C.B. 2015
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