Iztaccíhuatl
se sentía devastada y sin más motivos para seguir viviendo decidió ir al templo
mayor y ofrecerse como sacrificio para los dioses.
Los
sacerdotes hicieron los preparativos.
Iztaccíhuatl
subió la larga escalinata, en la cima de la pirámide le esperaba la muerte; se
recostó en la piedra de sacrificio, el sacerdote tomó el afilado cuchillo.
Los
valientes guerreros regresaban de la batalla, pasando por la avenida principal,
entre ellos venía Popocatépetl.
Popocatépetl
se apartó del contingente y se dirigió a la casa de su amada; tenía una promesa
que cumplir a su amor. Al llegar a la casa el rostro sorprendido de la
sirvienta lo recibió y esta le explicó lo más aprisa que pudo lo que
Iztaccíhuatl pensaba hacer, ―¡Corra señor!― le dijo, tal vez podía llegar a
tiempo.
Popocatépetl
salió corriendo lo más rápido que sus piernas le permitían, llego al pie de la
pirámide y subió corriendo pero al llegar a la cima la devastación lo esperaba;
Iztaccíhuatl estaba muerta, su corazón atravesado por la daga.
M.C.B. 2015
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