El escritor atravesó el apretado pasillo que conducía hacia la oficina del editor de la
revista. Sorteó varios cubículos, mesas y personas. Cuando por fin llegó, tocó
cautelosamente a la puerta.
—Adelante. Pase.
—Buenos días —el escritor saludó de
mano al editor y se sentó en una silla frente a su escritorio.
—Dígame ¿qué pasó? ¿Por qué no
entregó el trabajo que le pedimos? —preguntó el editor en tono osco.
―Disculpe —dijo el escritor—, tuve
muchos problemas, muchas cosas se me atravesaron y no pude escribir durante
todo este tiempo.
—Al menos nos hubiera dicho algo
—dijo con cierto aire de molestia el editor.
—Lo sé.
―Mire, queremos saber si quiere el
trabajo o no.
—Bueno, eso es de lo que me gustaría
hablar —el editor arqueo una ceja en señal de sorpresa—, no quiero un trabajo,
mi idea no es tener un trabajo.
— ¿Cómo?— Interrumpió el editor
sobresaltado.
—Mire, le explicare. Creo que lo que
hago no debe caer dentro de la idea de un trabajo, escribir, inventar, no puede
ser un trabajo. Yo creo, construyo, invento cosas, ideas, y eso, no puedo
hacerlo por pedidos, o con moldes prefijados.
El escritor terminó de hablar, esperando una respuesta del editor, quien había permanecido pensativo escuchando la voz del escritor. Cuando por fin terminó de pensar, el editor dijo:
El escritor terminó de hablar, esperando una respuesta del editor, quien había permanecido pensativo escuchando la voz del escritor. Cuando por fin terminó de pensar, el editor dijo:
—Bien, por lo que entiendo, usted
quiere hacer las cosas a su manera.
—Sí, lo que quiero es poder
colaborar con ustedes. Me acerque a ustedes porque quiero que me permitan un
espacio para publicar mis historias, que me den la oportunidad de probar lo que
pienso y siento.
—Pues eso sería hacer mucho —dijo el
editor levantándose de su silla—, sería darle mucha preferencia a usted.
Existen muchos otros que desean lo mismo y usted pide una consideración ¿porque
habríamos de hacerlo? Ni siquiera nos ha mostrado de lo que es capaz.
—Bien— respondió el escritor—, aquí
tiene lo que me habían encargado, léalo. Espero le agrade.
—Vaya —dijo el editor. Sus cejas se
levantaron al mirar el documento—, parece grueso. Entonces sí estuvo
trabajando.
—Claro que lo hice, pero lo hago a
mi ritmo y a veces mi ritmo se acelera o se hace lento, eso depende de mi
estado de ánimo.
—Parece que hizo algo largo, aunque
el encargo era solamente algo corto.
—Tiene razón. Lo que me encargó me
había dado la idea de algo sencillo pero después la idea creció más y decidí
enfocarme en eso y aquí esta, y también, lo que me encargó. Revíselo.
—Bien. Entonces sí lo hizo, y aún
más. Bueno, siendo así, voy a disculparlo por ahora por la tardanza, pero no le
prometo nada, sólo que revisaré su manuscrito y que dependiendo de eso le diré
que haremos.
—Ok, me parece justo, y gracias por
la consideración.
El escritor se paró de la silla, le dio la mano
al editor, se despidió y se fue.