lunes, 11 de marzo de 2013

El diálogo



            El escritor atravesó el apretado pasillo que conducía hacia la oficina del editor de la revista. Sorteó varios cubículos, mesas y personas. Cuando por fin llegó, tocó cautelosamente a la puerta.
            —Adelante. Pase.
            —Buenos días —el escritor saludó de mano al editor y se sentó en una silla frente a su escritorio.
            —Dígame ¿qué pasó? ¿Por qué no entregó el trabajo que le pedimos? —preguntó el editor en tono osco.
           ―Disculpe —dijo el escritor—, tuve muchos problemas, muchas cosas se me atravesaron y no pude escribir durante todo este tiempo.
            —Al menos nos hubiera dicho algo —dijo con cierto aire de molestia el editor.
            —Lo sé.
            ―Mire, queremos saber si quiere el trabajo o no.
            —Bueno, eso es de lo que me gustaría hablar —el editor arqueo una ceja en señal de sorpresa—, no quiero un trabajo, mi idea no es tener un trabajo.
            — ¿Cómo?— Interrumpió el editor sobresaltado.
            —Mire, le explicare. Creo que lo que hago no debe caer dentro de la idea de un trabajo, escribir, inventar, no puede ser un trabajo. Yo creo, construyo, invento cosas, ideas, y eso, no puedo hacerlo por pedidos, o con moldes prefijados.
El escritor terminó de hablar, esperando una respuesta del editor, quien había permanecido pensativo escuchando la voz del escritor. Cuando por fin terminó de pensar, el editor dijo:
            —Bien, por lo que entiendo, usted quiere hacer las cosas a su manera.
            —Sí, lo que quiero es poder colaborar con ustedes. Me acerque a ustedes porque quiero que me permitan un espacio para publicar mis historias, que me den la oportunidad de probar lo que pienso y siento.
            —Pues eso sería hacer mucho —dijo el editor levantándose de su silla—, sería darle mucha preferencia a usted. Existen muchos otros que desean lo mismo y usted pide una consideración ¿porque habríamos de hacerlo? Ni siquiera nos ha mostrado de lo que es capaz.
            —Bien— respondió el escritor—, aquí tiene lo que me habían encargado, léalo. Espero le agrade.
            —Vaya —dijo el editor. Sus cejas se levantaron al mirar el documento—, parece grueso. Entonces sí estuvo trabajando.
            —Claro que lo hice, pero lo hago a mi ritmo y a veces mi ritmo se acelera o se hace lento, eso depende de mi estado de ánimo.
            —Parece que hizo algo largo, aunque el encargo era solamente algo corto.
            —Tiene razón. Lo que me encargó me había dado la idea de algo sencillo pero después la idea creció más y decidí enfocarme en eso y aquí esta, y también, lo que me encargó. Revíselo.
            —Bien. Entonces sí lo hizo, y aún más. Bueno, siendo así, voy a disculparlo por ahora por la tardanza, pero no le prometo nada, sólo que revisaré su manuscrito y que dependiendo de eso le diré que haremos.
            —Ok, me parece justo, y gracias por la consideración.

El escritor se paró de la silla, le dio la mano al editor, se despidió y se fue.