Me queda ya muy poco tiempo de vida, lo
sé. Presiento que muy pronto vendrán por mí y terminarán lo que dejaron
inconcluso, pero aunque eso pase, nunca dejaré de luchar y aun en el estado en
el que me encuentro, intentaré hacer algo si es que llegan a acorralarme.
Tenía más de ocho año que no sabía nada de
mi tío Carlos, la última vez que lo vi fue cuando salí de la preparatoria. En
ese entonces me regaló un extraño libro de cuentos de un tal Amul Akil Shiren,
un árabe demente de mediados del siglo VII. En esa ocasión me dijo que
iniciaría una investigación arqueológica muy prometedora, que de resultar
satisfactoria le revelaría un inmenso y antiguo conocimiento.
Esa fue la última ocasión que lo vi.
Después de mi graduación no volví a saber de él hasta apenas cinco semanas
atrás, cuando recibí la llamada de su abogado, el cual me habló para informarme
que mi tío había muerto y que como único heredero de sus bienes me había dejado
a mí, su sobrino favorito. Un profundo sentimiento de tristeza me invadió al
escuchar al abogado decir esas palabras, mi tío había muerto: el que había sido
como un padre cuando era niño y que me vio durante mi adolescencia, había
muerto y yo no supe donde estaba o que hacía.
Así, entristecido por esa
grave noticia y decidido a investigar más sobre la muerte de mi tío, viaje
hasta aquel tranquilo poblado que fue su hogar por todos estos años. Era un
lugar muy pintoresco, con casitas muy bien construidas en adobe y con tejados
de distintos tonos rojizos. Las calles estaban empedradas y había una pequeña
iglesia con un bello jardín de rosales.
Cuando llegué, el abogado ya me estaba
esperando. Él no me pudo explicar bien lo que había pasado con mi tío, de
hecho, me dijo que no encontraron su cuerpo, solamente algunas de las
pertenencias que traía consigo, pero el cadáver nunca fue hallado. Los últimos
que lo vieron, mencionan que entró a su bar de costumbre y que pidió un trago
de whisky sin hielo. Dicen que parecía muy pensativo y que contemplaba
solamente a la nada. No le tomaron importancia. Siempre que lo veían rondar por
el bar andaba sólo y se sentaba en una mesa del fondo a observar a las personas
y escuchar la música. Pero esa ocasión fue distinta. Cuando entró al bar se
dirigió directamente a la barra y no pidió lo de costumbre: pidió un trago de
whisky, y se sentó ahí por un largo tiempo, mientras acababa su copa. Parecía
pensativo y preocupado, y cuando se terminó la copa, pagó con un billete y no
esperó a que le dieran su cambio, simplemente dejó el dinero y se marcho.
Esa fue la última vez que se le volvió a ver, de ahí nadie supo de él, hasta
tres días después, cuando un arriero encontró su chaqueta, un pedazo de su
pantalón y su billetera, tirados cerca de un riachuelo. Comentan que la
chaqueta y el pantalón estaban maltrechos, con manchas de sangre y que parecía
como si un animal las hubiera desgarrado.
Después de haber comido nos
dirigimos a la casa. Estaba a las afueras del pueblo, rodeada de muchas plantas
y árboles, no era de muchas dimensiones pero parecía bien para vivir en el
campo. El abogado no tenía tiempo para mostrarme la casa, había otros asuntos
por atender, por lo que me entregó las llaves y los papeles de la casa y se
despidió de mí. Así, después de haber recibido la casa, me quede sólo. Comencé
a indagar en las habitaciones, tratando de buscar algo que me diera una
explicación de lo que mi tío investigó todos estos años. Encontré libros, unos
objetos extraños, pero nada fuera de lo que recordaba sobre mi tío. Seguí
indagando por la casa hasta que me encontré en el sótano.
El lugar estaba desordenado,
la iluminación era muy poca, el aire húmedo y con olor extraño. Al mirar el
lugar recordé un sueño extraño que tuve una vez en la infancia. En ese momento
no sabía porque sentí una extraña sensación, pero eso no me aparto de seguir
revisando, hasta que al fondo del sótano encontré una reforzada puerta
metálica. Intenté abrirla pero no cedió, vi la cerradura y recordé que el
licenciado me había dado varias llaves. Así, comencé a probar todas, hasta que
logré dar con la indicada y entré en esa oscura habitación. El lugar estaba
completamente oscuro, por lo que busqué algún interruptor. Encendí las luces y
observé un largo corredor que terminaba en una habitación circular. En el
centro de la habitación estaba grabado un pentagrama con elaboradas líneas que
lo atravesaban y en medio de este se encontraban los restos de lo que parecía
ser una fogata. Para mí fue una gran sorpresa encontrar este lugar. En esta
habitación no había nada más a excepción de una mesa con varios libros
antiguos. Maldición del gato fue la curiosidad: tomé uno de los libros y lo
comencé a hojear. Revisé los grabados y las anotaciones que contenían ―la mayor
parte en un extraño lenguaje― y me detuve cuando encontré el grabado del
pentagrama que estaba justo en el suelo de la habitación; debajo de la imagen
se encontraba una especie de poema ―las palabras me parecieron familiares, me
recordaban a aquel raro libro que me regaló mi tío hacía tantos años atrás― y
comencé a leerlo: no me percaté de que inconscientemente lo leí en voz baja y
seguí leyéndolo hasta que me distrajo una luz que surgía detrás de mí, volteé y
vi la fogata encendida en medio del pentagrama: un fuego verde crecía de las
cenizas que ahí se encontraban. Crecía más y más y eso me hizo alejarme.
Entonces, esta luz verde destelló y vi como de ella surgían las creaturas más
ominosas que haya visto antes. Salieron por completo de las llamas, para
momentos después fijar sus horrendos ojos en mi ser. Su horrible forma nunca se
me olvidara: parecían ser perros enormes, de la misma corpulencia de un hombre,
solo que no tenían piel, únicamente se les veían los músculos y las venas
pegadas a estos. Lo más extraño es que no parecían ser reales ―me froté los
ojos para cerciorarme de que no me engañaban―, su cuerpos eran traslucidos,
como si fueran fantasmas. Intenté retroceder pero una de las bestias se
abalanzó sobre mi brazo y la otra saltó encima de mí y caí al suelo
bruscamente. Forcejeé para liberarme pero sus enormes patas me presionaban
contra el suelo e inmediatamente sentí sus agudos colmillos mordiendo mi
cuello. Comencé a sentir como la vida me era succionada y un frio profundo
invadió mi pecho. Las bestias seguían succionando mi esencia y yo no podía
mover mi cuerpo, solamente miraba atónito, fue entonces que dirigí la mirada
hacia el pentagrama en el suelo y hacia la fogata, la cual empezó a arder más y
más hasta que vi como mi tío salió de entre las llamas, me miró en el suelo,
levantó su mano y dijo unas extrañas palabras: una luz comenzó a brotar de su
palma, tan resplandeciente que las horribles criaturas gimieron como cachorros
asustados y se desvanecieron sobre mí.
No recuerdo más cosas, solo recuerdo que
vi a mi tío parado a mi lado sonriendo al mirarme, tirado, casi inconsciente en
el suelo. Permanecí tirado ahí, con la vista fija en el techo del estrecho
corredor. Pasaron muchas horas hasta que el abogado regresó para que yo firmara
otros documentos. Me buscó por toda la casa y me encontró tirado en ese oscuro
lugar. Fue él quien me trajo a este hospital. Perdí el habla, tengo parálisis
facial y solamente soy capaz de mover mi brazo derecho. Los doctores dicen que
no pueden explicarse lo que me sucedió, lo que digan ya no importa. Ahora solo
espero mi fin. Le ruego a mi señor su protección. Le pido me conceda la muerte
antes de que ellos regresen por mí. Que caro he pagado por mi curiosidad, si
tan solo no me hubiera obstinado en revisar esos libros, pero ahora ya es
demasiado tarde para mi arrepentimiento. Solo le pido a mi señor que guarde mi
alma y me libre de caer en las garras de esos seres ominosos.
20
de Mayo de 2009.